El fin de la España vaciada.
Este verano tan especial muchos pueblos se han llenado de urbanitas. Oriundos que hace años que no volvían por allí porque era más “cool” conocer la costa adriática en Croacia, hacerse una selfie en un puente colgante en la selva Tailandesa o simplemente lucir moreno después de pasar la quincena de rigor en una playa del Mediterráneo, que volver al pueblo de los padres o abuelos, pueblo que estos abandonaron en los 60 para ganarse el pan en los cinturones industriales de la gran ciudad de turno. Décadas de desacertadas políticas - Francia lo ha hecho mucho mejor con medidas proteccionistas para el mundo rural - han incentivado el abandono de los pueblos y el crecimiento desaforado de grandes urbes donde los problemas sociales y medio ambientales que provoca la concentración demográfica son evidentes, Madrid y su extrarradio pueden ser un buen ejemplo. La pandemia nos ha enseñado que al virus le encantan las zonas con alto índice de habitantes por km2 y a los confinados lo que nos gu